martes, 23 de marzo de 2010

Mons. Romero En La Catedral De Westminster



Nos encontramos en las celebraciones del XXX aniversario del asesinato de Monseñor Oscar Arnulfo Romero,quiero recordar uno de los gestos con él cual se ha querido hacer honor a su vida y su mensaje. Unas de las afirmaciones que se pueden escuchar en relación a Mons. Romero es aquella que dice: “Mons. Romero es el salvadoreño más conocido y universal de la historia de nuestro país”. Por tal motivo la colocación de su figura en la fachada occidental de la catedral de Westminster, en el corazón de Londres, confirma esta afirmación que, a primera vista, pudiera parecer exagerada.

La catedral de Westminster, se comenzó a construir en 1245, es la primera Iglesia de la confesión anglicana, una de las más representativas del ámbito protestante. Es una catedral con una larga tradición histórica, tanto religiosa como social, y el centro de referencia del mundo anglosajón. En su interior descansan los restos de los mejores representantes de la tradición cultural y religiosa de la lengua inglesa. En ella son coronados los reyes ingleses.

La Iglesia anglicana rinde tributo y pone como ejemplo a diez personalidades cristianas del siglo veinte, procedentes de diferentes confesiones, géneros, estados, continentes y culturas, es un acto ecuménico de alcance universal. El denominador común de estos diez cristianos —entre quienes se encuentran, además de Monseñor Romero, Martin Luther King (1969), un incansable defensor de los derechos civiles de la gente de color en Estados Unidos; Maximiliano Kolbe (1941), un franciscano que se ofreció a ser ejecutado en un campo nazi de concentración en lugar de un padre de familia; Dietrich Bonhoeffer (1945), un pastor luterano y teólogo importante, asesinado por los nazis; Jasnani Luwun (1977), arzobispo de la Iglesia anglicana de Uganda, asesinado durante el régimen de Idi Amín; la duquesa Elizabet (1918), asesinada por los bolcheviques y santa de la Iglesia ortodoxa rusa; Esther John (1960), evangelista presbiteriana, presuntamente asesinada por un fanático musulmán; Manche Masemola (1928), conversa anglicana, asesinada por sus padres, quienes eran animistas, a los dieciséis años, en Sudáfrica; Lucian Tapiedi (1942), asesinado durante la invasión japonesa a Papúa (Nueva Guinea); Wang Zhiming (1972), pastor evangelista, asesinado durante la revolución cultural— es haber sido asesinados por su compromiso con el evangelio y la justicia.

Mons. Romero entra así en la historia de la Iglesia Anglicana como un mártir de la fe y de la justicia. El mensaje de Mons. Romero era el Evangelio, es por eso que puede ser cercano y querido por aquellos que buscan la paz y la justicia en un mundo cada vez más dividido por el pecado.

Así pues debemos reconocer y hacer valer el testimonio de Mons. Romero, llamados a proteger el testimonio de vida de nuestro pastor, como lo que es, la de un pastor lleno de fe, esperanza y caridad, como el pastor que da la vida por sus ovejas. Y no como lo quieren hacer ver muchos, bandera de ideologías, comparándolo hasta con el “Che” Guevara, no debe ser así. Mons. Romero fue mucho más que eso, fue “el testigo fiel que cumple la voluntad del Padre”, Debemos decir como dijo una vez el Papa Juan Pablo II “Mons. Romero es nuestro”.

domingo, 14 de marzo de 2010

EL DOMINGO DE LA ALEGRIA



En plena cuaresma, el Cuarto Domingo es el llamado “laetare”, del regocijo, de la alegría. En realidad nunca la cuaresma ha estado reñida con la alegría. La cuaresma no es tristeza: es moderación y esperanza. Y ello, pues, está perfectamente reflejado en este domingo que toma su nombre de la primera palabra de la antífona de entrada: “Regocíjate, Jerusalén, vosotros, los que la amáis, sea ella vuestra gloria. Llenaos con ella de alegría, los que con ella hicisteis duelo, para mamar sus consolaciones; para mamar en delicia a los pechos de su gloria”. Jesús, además, nos va a narrar la hermosa parábola del Hijo Pródigo (Lc 15,1-3,11-32), donde asistimos a la revelación notable de un Dios cariñoso y tierno, que espera, con los brazos abiertos, la vuelta de todos los hijos alejados. El premio al regreso es una fiesta. La misma que acontece en el cielo cuando un pecador, arrepentido, vuelve a casa.

La parábola del Hijo pródigo es uno de los textos más conocidos del Evangelio, fácilmente la recordamos y nos sentimos identificados con el personaje del Hijo Pródigo. Incluso cuando escuchamos esta parábola rápidamente recordamos la pintura de Rembrandt.

El cuadro "El regreso del hijo pródigo". Es quizás es la última obra de Rembrandt, pintado al final de su vida, en el año 1669. A continuación algunas ideas que nos ayudan a apreciar mejor esta “obra maestra” de la pintura y que al mismo tiempo nos ayuden a contemplar el Evangelio de este Domingo.

Los rostros y las miradas: Merece contemplarse detenidamente el rostro del Padre, que se muestra íntegro, y los rostros de los dos hermanos, que sólo aparece en una de sus lados. La mirada del Padre aparece cansada, casi ciega, pero llena de gozo y de emoción contenidas. La cara del hijo menor trasluce anonadamiento y petición de perdón. El rostro del hermano mayor aparece resignado, escéptico y juez. El hijo mayor, correctamente ataviado, surge en el cuadro desde la distancia.

La fuerza del abrazo y de las manos del Padre: La centralidad del cuadro, el abrazo del reencuentro entre el Padre y el hijo menor, emana intimidad, cercanía, gozo, reconciliación, acogida. El Padre estrecha y acerca al hijo menor a su regazo y a su corazón y el hijo, harapiento y casi descalzo, se deja acoger, abrazar y perdonar. El Padre impone con fuerza y con ternura las manos sobre su hijo menor. Son manos que acogen, que envuelven, que sanan -el simbolismo del gesto cristiano y religioso de la imposición de las manos-.

Simbolismo e interpelación: El cuadro nos interpela acerca de nuestra propia vida cristiana en clave de hijo menor -¡tantas idas y venidas!, ¡tanto buscarnos sólo a nosotros mismos, raíz del pecado!, ¡tantas mediocridades y faltas!- y de hijo mayor -el que todo lo sabe, el perfecto, el bien ataviado, el responsable, el cumplidor, el irreprensible, el juez que también se busca sólo a sí mismo y está lleno de soberbia soterrada- que cada uno de nosotros podemos llevar encima y ser.

Nos llama y nos urge a ser el Padre de la parábola, en la acogida, en el perdón, en el amor, en la reconciliación plena y gozosa, sin pedir explicaciones, no exigir nada, sólo dando. El cuadro expresa el gozo inefable de la vuelta a casa, del regreso al hogar. ¡Yo soy casa de Dios! Todos y cada podemos ser mutuamente el Padre que acoge, perdona y ama.